Pilar Mateos

Hombres soñados

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Están rodeados de gente que los espera y los reclama, más hombres que mujeres; de hecho, es una de las pocas reuniones, salvando los consejos de administración, donde los asistentes masculinos nos superan en número. 

De todas partes requieren su atención, pero en este momento ellos no tienen ojos para nadie más que para ti. Y no hay más palabras que las que tú vayas a pronunciar. 

Pendientes de tus labios, te escuchan minuciosamente sin perderse un suspiro; indagan las prioridades de lo que pretendes, lo que tú quieres, lo que te gusta. Nunca regatean con tus necesidades ni tratarán de imponerte las suyas. 

Para satisfacer tus mínimos deseos emplearán la fuerza, explorarán sótanos lóbregos donde tú no te arriesgarías, moverán montañas, cajas cerradas, escalarán rocas y estanterías hasta la altura donde les sea posible alcanzarte un edelwais: justo ese clavito y ningún otro; el que se te perdió de las tijeras del pescado; justo ese tamaño de barrita para hacer un toallero minúsculo, dado que no hay más sitio. 

Con qué precisión te entienden y te atienden. Y cuanto van a obtener a cambio es solo una sonrisa y, a menudo, poco más de unos céntimos. 

La vida entera aspirando a un hombre que te escuche y que te comprenda y están todos en la ferretería, detrás del mostrador.